Descender

  

Estoy sola dentro de laberintos de los cuales no puedo salir, veo números que no sé qué significan, hay recovecos en donde no brilla el sol, ni llueve ni hay humedad. No hay camas mullidas, ni olor a café, ni a nada; no estás vos, ni nadie. Estoy sola en una ciudad llena de fantasmas, de voces que aturden...

Descender piso por piso, la escalera tiene maderas finas y una baranda. Las paredes son de piedra. Las primeras escaleras las bajo con la luz que viene del exterior, pero cuanto más voy descendiendo la luz comienza a disminuir. De pronto, caigo, no hay más escaleras, claro, no me di cuenta porque todo está en penumbras. Venía caminando paso a paso confiada de esta escalera, por qué no habría de hacerlo, cuando mi pie pisó el aire y ya no tuve tiempo para retroceder. Mi garganta comenzó a cerrarse, gritaba, pero los gritos quedaban contenidos dentro de este pozo oscuro y desconocido. Se seguían ahogando en la garganta, casi que no los podía escuchar, era como si pertenecieran a otra persona. Aterricé, no había sido mucha la distancia. Tenía un dolor en el pie y en la cintura. Todo seguía tan oscuro. Pensé en dónde estaría, en qué país, con quién. No recordaba. Solo veía oscuridad. Esperé, quizá estaba en las puertas del infierno. 

Comencé a escuchar voces, al principio no podía entender, luego escuché que hablaban de números, tal lugar iba con un número y yo tenía que llegar allí… Eran números de dos cifras, indefinidos, luego de tres, de miles, pero volvían a las de dos. Mencionaban lugares desconocidos a los que yo tenía que ir a buscar el número. Intenté hablar pero era como si me hubieran puesto un precinto en los labios. Toqué las paredes buscando una soga, una escalera, algo que me ayudara a salir de allí. Las paredes eran gelatinosas. Las voces seguían hablando, ahora nombraban a personas que conocía. Yo tocaba las paredes como buscando un botón mágico que me sacara de allí. Imágenes comenzaban a pasar por mi cabeza, cuando saltaba en la cama de mi abuela, ese viaje tan lindo que habíamos hecho, la mirada de mi gata, la piel suave de mis sobrinos, la ausencia de mi madre a mi lado cuando estaba enferma, la imagen creada que tengo de mi padre que no conozco; las calles angostas de París, estar perdida en ellas, sola. 

De las paredes gelatinosas comenzó a brotar agua tibia, salía despacio, pero continua. Me acosté en el piso de lo que sería el pozo. Recordé los baños de inmersión. Este era totalmente distinto, pero lo que tenía en común era la tibieza y suavidad del agua. Podía sentirla en todo el cuerpo, era como estar sumergida en un mar de aguas cálidas. Cerré los ojos, en cualquier momento el agua los cubriría. Me mantuve acostada, el cuerpo no se movía, no había mucho espacio allí. El agua me cubrió y lo último que recuerdo fue que soñé con una voz que repetía mi nombre. 

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