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Mostrando las entradas de marzo 29, 2020

Noche cerrada

Cuando llegó la noche supe que no quería estar en esa cabaña. Durante el día había tenido señales, el ser de colores que merodeaba por fuera, el espejo que había visto en la pared del cuarto, pero que no estaba, y por el que podía ver ese ser de colores a través de la ventana, el rechazo que sentía al no querer dormir en esa habitación. El viento parecía que iba a descolocar el techo de la cabaña, temblaban los postigos, entraba un tenue viento por algún rincón de la ventana que hacía mover las cortinas del comedor. Prendí la televisión, era mi única compañía. No le podía dar la espalda a la puerta, sentía una presencia al lado de la chimenea. Me recosté en una cama que había frente a la televisión y más cerca de la puerta de entrada. De pronto, escuché un ruido al lado de la chimenea, era como si alguien estuviera moviendo los pies y haciendo ese sonido de tac, tac, con un pie y con otro. Prendí la linterna del celular, no había nada, solo una mancha más clara en el piso. Al rat

El gran árbol de Navidad

   Esta Navidad quiero armar un gran árbol. Había perdido mi árbol de la infancia, lo habían tirado abajo, había perdido mi pino azul, se había caído en una tormenta. No quería seguir comprando árboles pequeños. Quería un gran árbol. Nunca antes lo había tenido ni muchos menos lo habíamos armado estando en familia. Hasta que una vez lo tuve, era bastante alto, y recuerdo que me llevó tiempo armarlo, ponerle las luces, las guirnaldas. Hasta que quedó armado. Lo disfruté muchísimo, todas las tardes prendía las lucecitas y me quedaba mirándolo. Tenía un pesebre y algunas cartas enganchadas en el árbol. Había puesto un muérdago en la puerta del departamento y había besado a mi novio ahí mismo. Ese año tuve mi gran árbol y fue la única vez en mi vida, porque todo el tiempo anterior no lo tuve y todo el tiempo posterior tampoco.

Reencuentro

Después de resumir quince años en dos horas, caminamos hacia el lago. El sol estaba en lo alto, el frío era lo de menos. De pronto, Javier se detuvo. Lo miré. -Estás más linda que nunca -dijo. Y mientras hablaba se iba acercando hacia mí. El reflejo del sol iluminaba sus ojos color miel. Me puse cerca de él. Le acaricié la cara y mirándolo a los ojos le dije: -Te estoy buscando hace más de diez años. -Nunca te pude olvidar -dijo él. Yo tampoco -respondí. Me miró los labios. Lo que más deseaba era que me besara. Volví a acariciarlo, ahora le pasé la mano por el pelo que dejaba entrever algunas canas. Me agarró de la cintura y cuando me tuvo bien cerca me besó.  Ahora entendía por qué había extrañado tanto esos besos y esa forma de acariciarme. Ahora entendía porqué no había podido olvidar su sonrisa. No pudimos recuperar veinte años con un beso, pero sí pudimos recrear ese amor adolescente que una vez habíamos tenido. Fuimos a su casa e hicimos el amor como dos adolescentes. Estuvim

La despedida

Camino hacia la puerta de tu taller. No hay nadie en esta parte del edificio. Solo hay mucho viento. Me parece oír tu voz, me apuro en llegar. La puerta está cerrada. Es una tarde de invierno; pareciera como si este edificio estuviera vacío, vacío de los que habitan, del personal de seguridad, vacío por todos lados.  Tengo demasiado frío. Si estuvieras acá, podríamos estar tomando un café batido, de esos que me hacías. Me quedo parada frente a la puerta, mirándola. Recuerdo aquel mediodía en el que bajé a pedirte ayuda para arreglar el cajón. Aún me parece estar escuchando la canción “Killing me softly”, es como si la melodía saliera por debajo de esta puerta cerrada. Nunca te lo dije: me hubiera encantado que la bailáramos juntos.  Cierro los ojos y empiezo a moverme al sonido de esa canción. Tendríamos que haberla cantado juntos, también. Sonrío imaginando cómo te reirías si te dijera esto, lo de cantar juntos. Me pongo a cantar, no voy a hacer que vuelvas, pero voy a rendi

Cielos

El cielo está lleno de nubes que se desdibujan a cada rato… Hoy no hay seres alados ni figuras divinas. Solo hay letras, letras que se repiten… Hay varias “o”, algunas “u” y muchas “v”. ¿Será “verdad” la palabra? ¿O tal vez “victoria”? Una vez más, cielos; una vez más, formas; una vez más, señales. La diferencia es que en vez de números ahora veo letras. Y los seres alados vuelven a aparecer… Y los pensamientos que van y vienen como ondas telepáticas, también.  Antes, los números me condujeron a conocer una forma distinta de guiarme. Ahora, las letras, ¿qué me quieren decir? Los mensajes se aparecen de manera continua, casi como una repetición; yo, ¿les hago caso? Tal vez si lo hiciera, podría descifrarlos. Quizá sea una cadena de señales con un mensaje final que se devele en algún momento. O quizá solo se repiten para mostrar que aún no han ocurrido, que están ahí por suceder en algún momento y que son solo la mera repetición como si fueran un deja vú , como si hubieran quedad

Una carta más

Una hora, sí, una hora; ¿es mucho tiempo para esperar a alguien? A las 5 llegué a la puerta de la casa. Seguía sin timbre, ¿por qué iba a tenerlo ahora? "La gente no cambia", me dijeron una vez. Toqué a la puerta. Esperé. No contestaba. Golpeé la puerta del vecino de al lado, le pregunté por Bernardo y me dijo que no lo había visto. Pensar que vine muchas veces a esta misma puerta y me fui sin verlo. Esta vez no me iba a ir sin verlo, sin saludarlo por Navidad y Año Nuevo, sin darle la segunda carta. Pero igual, aunque lo vi más tarde, me fui sin decirle que lo había estado esperando desde que tenía uso de razón, que lo había estado buscando por cada rincón de La Plata; y no le pregunté si alguna vez había estado dentro de la quinta de las Tarelli. Seguí golpeando. No era un día de calor, había amanecido nublado y de a ratos salía el sol. Miraba el reloj, las 5. 15. "Hasta las 6 espero", me dije. Sabía por él que a las 7 se acostaba, no iba a asomarse después

Extracto Olivera

Yo solo quiero verte una vez. Nunca pero nunca vamos a ser padre e hija, no va a existir el abrazo de bienvenida ni de despedida antes de que mueras ni siquiera mi amor, yo no te amo, ni siquiera te quiero, solo quiero verte y saber si sos mi padre biológico. Cuándo van a encontrarte, cuándo vas a salir, ¿por qué es tan difícil hallarte? Pareciera que el universo conspirara para que no te encuentre.

Buscándote

Llevame con los ojos vendados hasta la puerta y decime que hay un timbre o que están los sobrinos o que está Olivera tomando una cerveza. Si nada de esto pasa no me digas nada, no me saques las vendas hasta que no lleguemos de nuevo a casa. Decime cómo es, cómo estaba vestido, qué color de ojos tiene… ¿Se parece a mí? ¿O me parezco a él? Quiero verlo, lo único que quiero es verle la cara, nada más importa, ni su dinero, ni su casa ni sus nadas, solo quiero ponerle cara a alguien que busco desde hace 34 años. Quiero conocer su voz, ver sus manos, sus ojos. 

La puerta

Estefy se mordía una uña mientras miraba sin pestañear hacia la puerta de la casa de su padre. En 34 años nunca lo había visto. Francisco estaba a su lado. Sabía que decir alguna palabra no tendría sentido. El reloj del auto marcó una nueva hora, hacía dos horas que estaban allí. Estefy bajó y prendió un cigarro. “¿Por qué madre no me lo dijo antes? Todo habría sido más fácil…”.  Se acercó a la puerta, no había timbre, solo una bolsa alta llena de piedras, y golpeó. Quería verlo. ¿Qué le diría si aparecía? Tenía un apellido distinto, era una perfecta desconocida para Bernardo Olivera. Volvió a golpear. Francisco observaba. Estefy lo miró y negó con la cabeza. “¿Por qué no salía ahora que estaba buscándolo su hija biológica?”. Golpeó una vez más. El corazón le latía como si estuviera trotando. Miró por el agujero de la cerradura, un patio largo por el que tantas veces Olivera habría pasado; “¿por qué no tenía un timbre?”. Se paró sobre la bolsa de piedras, desde allí podía ver mejor el

Son estos abrazos

Podrás deshacer el amor o desenredar un beso que no fue, reinventar una mirada, pero lo que nunca, nunca podrás es deshacer un abrazo, no hablo de cualquier abrazo, hablo de estos que se ajustan como dos piezas de un rompecabezas, que encajan como si se hubiera pasado toda la vida abrazando a esa persona.  Son estos abrazos que sanan los dolores del alma, que hacen que el tiempo se detenga, que hacen caer algunas lágrimas, que nos sacan una sonrisa, que desea ríamos tenerlos todos los días, aunque sea un rato. Son estos abrazos que no tienen un "hasta siempre", sino que son una bienvenida y nunca una despedida. Son estos abrazos de color amarillo como el amanecer y de color naranja como el atardecer, que quisiéramos tener en una mañana tibia de verano, en un día de lluvia o en una noche de invierno. Son estos abrazos con remera o con bufanda, abrazos con pañuelos o con narices resfriadas. Los hay de todo tipo... Son estos abrazos, es este abrazo que es solo nuestro,

Último día

No había visto en mis sueños que ese iba a ser el último día, nuestro último día ahí dentro. Quería abrazarlo, consolarlo, ponerme yo en el mostrador, no quería que él pasara por eso, era demasiado. Así que ahí me quedé un largo rato, lo acaricié, no me importaba ya lo que pensaran los demás, quizás era mucho para él, más no me interesó, era ese ahí y ahora que se iba a terminar en cuanto yo saliera del edificio. Le di un abrazo apurado y me fui. Él se me quedó mirándome como diciéndome nada puedo hacer… Salí por esa puerta y ahí supe realmente lo que había significado todo ese tiempo que habíamos compartido.   Y aquella noche estuvimos frente a frente, me acerqué, le desabroché la camisa y le puse mis manos sobre su pecho. Luego, le acaricié los brazos, eran suaves como la piel de un niño. Lo acaricié un largo rato. Él permanecía quieto con los ojos mirando un punto fijo. Su piel estaba tibia. Se despertó como de un sueño profundo y me miró a los ojos. Extendió sus brazos hacia

Miradas

Mirame así, no dejes de mirarme, que nada te distraiga, seguí mirándome… Quiero que me mires toda la tarde, que me hagas el amor, quiero que me abraces. Me dijo: "No pienses que me olvidé de vos". Desde el jueves no lo veía. Aquel día había ido a llevarle el libro del que tanto habíamos hablado. Tiritaba de la fiebre que tenía, lo quería ver, sabía que por una semana no iba a volver. Antes de llegar, saqué el libro de la cartera y le escribí una dedicatoria. Decía que elegía regalarle un libro nuevo y que lo disfrutara.  Cuando entré ahí estaba junto a otros más, de pronto me vi sin excusas hasta que le pregunté por el precio de algo que mi madre quería comprar y así logré restarle importancia a mi inesperada visita. Cuando los otros se fueron, le dije que estaba muerta de frío, que creía que estaba con fiebre y le agarré las manos. Estaban medio húmedas y frías. Cuando le conté a Carla que había ido a llevarle el libro con fiebre me dijo que estaba loca. Él, en

Visita

Aquella tarde le compré un chocolate, no sabía cómo retribuirle el regalo de que me mirara como lo hacía. Puse el chocolate dentro del bolsillo de la campera y fui a donde él estaba. Le miré las manos mientras hablaba por teléfono. Las de mi padre eran huesudas, flacas, nerviosas. En cambio, las de Francisco eran manos jóvenes.  Lo que más conocía de él hasta ahora era su mirada, estaba tan concentrada en ella que en seis meses no había hecho foco en nada más. Ahora empezaba a mirarle los labios, gruesos, carnosos. Su pelo negro y corto. Era un poco más alto que yo y era muy delgado como mi padre. ¿La habría conquistado a mi madre con la mirada o solo con promesas?  Entre Francisco y yo no había promesas. “Somos amigos, podés confiar en mí y creo que yo también en vos”, había dicho. ¿Ahora éramos amigos? Hacía tres meses atrás que me había dicho que si era por él me encerraba en el cuartito y me daba un beso. Y ahora me hablaba de amistad. Dijera lo que dijera yo quería segui

En esa esquina

Francisco aún creía en el amor. No tenía hijos, solo un perro blanco, llamado Athos que quería jugar a cada rato con él. Lo molesto fue cuando se encontró con Estefy porque Athos no paraba de saltar y él no podía mirarla a los ojos. Si lo retaba ella podría llegar a creer que él era un chico rudo, pero si lo dejaba saltar alborotadamente ella podría llegar a creer que él era muy blando. A Francisco no le gustaban los extremos, así que decidió relajarse y mirar  a Priscila, eso era mucho más interesante que estar atento a su perro. Ella ahora acariciaba a Athos, sus manos... ¿Serían suaves?, ¿tendrían rayitas en las palmas?  El viento soplaba esa tarde de invierno. Los pelos de Estefy se movían con el viento. "Voy a lo de mi tía", dijo ella y lo miró a los ojos. Él también la miró. La mirada de ella lo cautivaba, lo desnudaba, se sentía sin peso en los hombros, sin frío, sin calor. Era como que todo empezaba y terminaba en la mirada que se creaba entre los dos. Ella hablaba y

Verte

Vengo hacia estas tierras y aquí es donde te siento y te pienso… Recuerdo aquella última vez, una tarde de lluvia. Antes de que comenzara a llover me escribiste para vernos, no lo dudé, tenía tantas o más ganas de vos o que vos. Tu nariz, tus labios, tus ojos negros…  Nos vimos y caímos en el abismo de besos y sexo apasionado. Nos encendimos en el piso, en la silla, en el aire, detrás de la cama elevada, debajo de un ventilador. Nos apagamos mirándonos a los ojos mientras me contabas de qué trata “El hermano eterno”, de Zweig.  Me hubiera quedado toda la tarde escuchando historias de tu tierra o te hubiera dicho que nos fuéramos a la orilla del río a escuchar cómo corre el agua, pero llovía, podríamos haber ido igual al río, también podríamos habernos quedado hablando toda la tarde de tus tierras o haciendo el amor en las otras partes de la habitación que nos faltaban.

De vos

Quiero encontrarte en un callejón, en algún rincón, debajo del asfalto, sobre una alfombra, pero quiero, necesito encontrarte. Las ganas que hoy te tengo no se van a evaporar hasta dentro de… Correría hasta tu casa sucia, dejando todo como está desordenado acá para ir a seguir ensuciándome de vos, de vos y yo fundidos en una pasión primitiva, incontrolable y caótica.

Desamor

Él me estaba esperando en la puerta del edificio. Lo vi desde la esquina. Un beso en la mejilla, un cómo estás. Me hizo pasar a su casa. Cerró la puerta, se acercó a mí y comenzó a besarme. Me pareció más flaco que la última vez. Me sacó el pantalón, besó mis piernas, mi vientre; le desabroché la camisa, volvía a tocar su piel suave, empezamos a hacer el amor como dos locos enamorados. Cuando terminamos no hubo casi tiempo para reponernos, se paró delante de mí y me miró como diciendo “Tenés que irte”. “Ya me voy”, le dije. Se acercó y comenzó a besarme de nuevo e hicimos el amor otra vez.  Pero esta vez, al terminar, se levantó más apurado y me dijo “Ahora si te tenés que ir, está por llegar”. Me vestí rápido, agarré la cartera, y nos despedimos con un beso en la mejilla. No me detuvo ni dos segundos para darme un beso en los labios, no me escribió al día siguiente tampoco. Había estado tan solo cuarenta minutos en su casa. Habría querido que todas las palabras de amor que me ha

Decirte

Me estupidizo al verte, todo lo que tenía pensado escribir se evapora, desaparece. Cuando logro deslizarme salen las palabras, pero me cuesta llegar hasta el fondo, hasta donde arde de verdad. Quisiera decir tantas cosas, te diría ¿sabés qué? Sos una débil mental, una mentirosa; te diría que nunca me amaste, que en realidad no me amás, amar para vos es un acto supremo...