Último día


No había visto en mis sueños que ese iba a ser el último día, nuestro último día ahí dentro. Quería abrazarlo, consolarlo, ponerme yo en el mostrador, no quería que él pasara por eso, era demasiado. Así que ahí me quedé un largo rato, lo acaricié, no me importaba ya lo que pensaran los demás, quizás era mucho para él, más no me interesó, era ese ahí y ahora que se iba a terminar en cuanto yo saliera del edificio. Le di un abrazo apurado y me fui. Él se me quedó mirándome como diciéndome nada puedo hacer… Salí por esa puerta y ahí supe realmente lo que había significado todo ese tiempo que habíamos compartido.  

Y aquella noche estuvimos frente a frente, me acerqué, le desabroché la camisa y le puse mis manos sobre su pecho. Luego, le acaricié los brazos, eran suaves como la piel de un niño. Lo acaricié un largo rato. Él permanecía quieto con los ojos mirando un punto fijo. Su piel estaba tibia. Se despertó como de un sueño profundo y me miró a los ojos. Extendió sus brazos hacia mí para que me acercase y me abrazó, nos abrazamos, me acercó a su cuerpo agarrándome de la cintura. Podía oler su piel. Me besó en la mejilla y luego fue acercando su boca a la mía y nos dimos el beso que tanto deseábamos los dos. Fue un beso lento, lleno de espera y de suavidad. Nos besamos un rato largo.

Brillos que se prenden y desprenden de tus alas doradas. Pensamientos que traspasan las paredes. Esos ojos que me miran como nunca nadie lo hizo. La melodía de tu voz que calma. El fluir del agua que no deja de cesar. Haberte encontrado, descubierto, saberte un ángel.

Magnetismo de estos pies pegados al suelo. Brazos amarrados o sueltos; ojos inquietos y cuerpos, solo cuerpos que molestan. El corazón atorado en la garganta. Las miradas suspendidas en un espacio sin tiempo. Toda esta energía convertida en oro, transformándose a la par. Desprendo todo, te doy mis manos, mis pies, mis alas; te doy mi corazón.

Volví a ver tus ojos. Podía quedarme allí mirándote toda la tarde. Quise decirte que estaba feliz de que nos hubiéramos vuelto a ver, pero no dije nada. Quise decirte que extrañaba nuestras charlas, quise decirte que tus ojos no habían perdido ese brillo... Las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta como piedras pequeñas, todas amontonadas. Mi cuerpo estaba duro, también, como una piedra. Nos despedimos con un abrazo incómodo, de tantas camperas y bufandas. 

Mientras me hablabas me acordé de aquella tarde en la que salimos a la vereda y miramos la luna llena y me dijiste que había que mirarla poco porque sacaba energía. Lo que nunca te conté es que me diste un consuelo, yo miraba a la luna llena cada vez que la encontraba, era como que esperaba un consuelo, qué tonta de mi parte, era una idea loca la de pensar que la luna llena se relacionaba con lo romántico. La mayoría de las veces la había mirado estando yo sola. 

Tus palabras me trajeron a la realidad cuando dijiste que habías ido al doctor y que estabas mejor. Nos despedimos, por fin, porque parecía una agonía la de no poder irnos cada uno por su lado. Y como siempre miré para atrás a ver si también lo hacías y no lo hiciste. Lo último que vi fueron tus pasos en aquella calle que nos vio nacer.



Comentarios

Entradas más populares de este blog

ROMBOS. ÚLTIMA VERSIÓN

Un nuevo otoño sin ella

Vacío