Noche cerrada


Cuando llegó la noche supe que no quería estar en esa cabaña. Durante el día había tenido señales, el ser de colores que merodeaba por fuera, el espejo que había visto en la pared del cuarto, pero que no estaba, y por el que podía ver ese ser de colores a través de la ventana, el rechazo que sentía al no querer dormir en esa habitación. El viento parecía que iba a descolocar el techo de la cabaña, temblaban los postigos, entraba un tenue viento por algún rincón de la ventana que hacía mover las cortinas del comedor. Prendí la televisión, era mi única compañía. No le podía dar la espalda a la puerta, sentía una presencia al lado de la chimenea. Me recosté en una cama que había frente a la televisión y más cerca de la puerta de entrada.

De pronto, escuché un ruido al lado de la chimenea, era como si alguien estuviera moviendo los pies y haciendo ese sonido de tac, tac, con un pie y con otro. Prendí la linterna del celular, no había nada, solo una mancha más clara en el piso. Al rato se detuvo. Fui hacia el baño y de costado pude ver una presencia de color blanco y negro que estaba al lado de la chimenea. Fui hacia la puerta, tenía una cortina de tela en la ventana. La corrí para ver hacia afuera. 

Era una noche cerrada, como un lago gigantesco y oscuro. El silencio era el sonido del viento desesperado e incansable. En las montañas de enfrente atiné a ver luces encendidas, eran linternas o extraterrestres. Si pensaba en dormir en el comedor, ya no existía esa idea, porque el viento se escuchaba más en esa parte de la cabaña. Fui hacia el dormitorio, prendí la luz, ni la luz llegaba a iluminar ciertas partes oscuras de ese cuarto. Sabía que no era bienvenida allí, iba a tener que compartirlo con alguien de otra dimensión. 

Me acosté, cerré los ojos y cuando me estaba quedando dormida, apareció ante mí Oro, era hermoso, los ojos color marrones, el pelo oscuro, una de esas miradas que nunca se olvidan, y su voz, oh, era hermosa. Me decía que no entendía qué estaba pasando. Solamente lo miraba a los ojos. 

En un momento se acercó a mí, nos miramos y le agarré la cara, no sé por qué lo hice, a él le gustó porque cerró los ojos como aliviado. Luego nos abrazamos, era como si fuera la primera vez que lo hacíamos, me apoyé en su hombro y él me acarició la espalda. Me dijo que nunca dejara de ver las formas de las nubes y los álamos. Me acarició el pelo, me pidió que me lo dejara crecer, que cuidara mis pies, mis manos y mi voz. Me acarició la cara, sonrió y me dijo: “¿Te acordás que dijimos que cuando nos viéramos no nos íbamos a separar más?”. De pronto se esfumó.  

Empecé a tener mucho frío. Temblé por unos minutos, parecía que no se me iba a pasar. Quería decirle que lo amaba y que lo extrañaba horrores, que necesitaba hablar con él del hogar olvidado. Quería decirle que él me había ayudado con lo de las fotos, a ser más decidida para tomar decisiones, a creer más en mí. Quería decirle que estaba a pocos kilómetros de su casa, pero que nunca lo iba a saber. Quería decirle que lo lamentaba tanto... El viento seguía sonando como un río furioso. Ya era demasiado tarde, lo había perdido para siempre.







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