Castillo
Cada vez que me había
hablado parecía que iba a contarme un secreto. No sólo sus ojos me miraban
fijo, había algo de Ale que despertaba mi curiosidad. Aquella tarde nos
cruzamos en la librería que quedaba cerca de nuestras casas. No pasó demasiado
tiempo para que comenzara a mirarme como solía hacerlo, pero algo había
cambiado en él. Ahora sus ojos estaban colorados y hamacaban lágrimas. Me
acomodé el pelo hacia un costado y le pregunté:
-¿Qué libro vas a comprar?
Balbuceó unas palabras y
luego me invitó al café de la librería. Quería escuchar cada palabra que salía
de su boca, mirar sus ojos para no olvidarlos y verle las manos, manos con las
que cada mañana me escribía un correo electrónico o sacaba una foto para
regalármela. Alrededor de él, una luz blanca lo envolvía y su ser desprendía un
aroma dulce como la miel. Me habría encantado detener las agujas del reloj y
quedarme suspendida en ese momento. Cada vez que nos mirábamos a los ojos era
como entrar en esos túneles paralelos de los que yo le había hablado, era
sentir que compartíamos el mismo instante. Miró la hora y dijo:
-¿Vamos por los libros?
Caminamos por el pasillo del
género “Autoayuda”; los dos buscábamos ese tipo de lectura para nuestras
madres. Era como si nos rozáramos cuando nunca lo habíamos hecho, como si un
hilo invisible nos uniera en el espacio para que camináramos a la par. Agarré
un libro y leí en voz alta una frase de un pensador. Él me miraba sin
escucharme. Terminé de leer y le pregunté qué le parecía.
-Lo único que me gustaría es
darte un beso –confesó.
Fuimos por otro pasillo,
hacia la salida, pero antes de irnos me detuve a ver un libro. Él estaba detrás
de mí, casi tocándonos, casi que me podía sostener si yo llegaba a caerme hacia
atrás. Podía oler el deseo que tenía de aferrarme por la cintura y besarme en
la nuca… Tan solo era una barrera la que nos separaba, pero una barrera que
si la rompíamos podía destruirnos.
¿Estaríamos en dos túneles distintos o en el mismo? Estaba claro que no lo
sabíamos, los sentimientos ebullicionaban, pero cada uno
estaba en un tiempo distinto: estábamos desencontrados en el tiempo.
-Aunque no quiera tengo que
irme –dijo.
Dejé el libro y caminamos
hacia la puerta. Él iba detrás de mí. Salimos de la librería para entrar de
nuevo al ritmo de la ciudad… El tiempo nos había dejado estar un rato a solas y ahora nos expulsaba hacia la vida misma. Nos miramos de frente. Ale
parecía nervioso y yo tenía la boca seca.
-Tengo ganas de darte un
beso –dijo y me agarró de la cintura. Un fino espacio era lo único que hacía
que no hubiera contacto entre nuestros cuerpos. No dejábamos de mirarnos.
Y apenas terminó de decir
estas palabras me abrazó, nos abrazamos. Rocé mi cara con su hombro, desde ahí
podía olerlo más de cerca.
-Qué cuello largo –dijo y
acercó la nariz.
Me soltó, volvió a mirarme y
nos despedimos con un beso en la mejilla y con un “chau”. Lo vi desaparecer
entre la multitud. A medida que pasaban los minutos, la tensión se desvanecía,
pero me acorralaba la sensación de un vacío de no saber si lo volvería a ver.
Caminé hasta el colectivo guardando la mirada de él en lo más profundo de mi
memoria mientras las lágrimas se escabullían de mis ojos, sin pedirme permiso.
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