Vacío


La habitación está oscura, cierro la puerta con llave. Camino por el cuarto, el silencio lo invade, un espejo es lo único que me recuerda que estoy acá.
Me acerco a la ventana, corro la cortina y a lo lejos, un parque oscuro con algunos árboles. Abro la ventana, el calor es sofocante; se me humedecen las manos, quiero creer que es por la falta de viento. Dejo la ventana abierta. Una ráfaga de aire húmedo entra al cuarto, oigo la voz de Hugo. Quisiera que se fuera.

Me acerco a la mesa de luz. La foto del portarretratos muestra la foto del último viaje en el que quedé embarazada; ¿éramos el prototipo de la “pareja” feliz? Aprieto el portarretratos contra mi vientre… Perdí a mi hijo. Sobre la mesa de luz, un vaso de agua. Abro el cajón y busco el frasco de pastillas; no quiero saber nada más de Hugo.

Un golpe en la puerta me sobresalta, es él que me pide que le abra.
-¿No me escuchás?- grita. - Dejá de hacerte la cabeza y salí a despejarte.
Voy hacia el picaporte y verifico que la puerta esté bien cerrada.
-Acá al único que nada le importa es a vos.
-¡Quiero que hablemos!, abrí.
-No entendés nada, Hugo.
-Soy al último que escuchás, como siempre.
-Déjate de joder.
-Al final es como digo no valorás nada de lo que hago por nosotros, abrí.
-¿Sabés una cosa, Hugo? No quiero verte nunca más, andáte.

Hace varios meses atrás, en Julio, estaba durmiendo acá mismo cuando oí que él había llegado. Era la madrugada y estaba borracho. Hijo de puta, había pensado, quién sabe con qué atorranta se habrá revolcado y ahora llega destruido. Un rato antes de querer entrar al cuarto había estado riéndose. Me levanté, le abrí. Comenzó a desnudarme. Yo no quería hacerlo, le agarré el brazo, se lo apreté, y en ese momento me agarró de los hombros y me tiró al piso gritándome que la culpa era mía. El silencio, el frío cortante que me desgarraba por dentro: la sangre corría por mis piernas…  

Voy hasta el equipo de música y pongo el tema “The thin ice”. El espejo, el frasco de pastillas y el portarretratos en la mesa de luz. Me paro frente al espejo, una grieta en el hielo, pienso, una grieta; agujeros vacíos por donde salen abejas doradas. Agarro el portarretratos y tengo ganas de reír, tal vez por la ridiculez que se me ocurrió, la idea rara de las abejas doradas; una idea rara, digo en voz alta, un metal frío que se derrite en el piso, y tiro el portarretratos contra el espejo; los vidrios se rompen en minúsculos pedazos y cubren el suelo.

Abro el frasco, me paro sobre los vidrios y pongo todas las pastillas en mi boca. Los labios comienzan a dormirse. Miro mis dedos de la mano: parecen tizas de colores, se hacen polvo que vuela por la habitación. Miro mis pies, sangran.
En el piso, el frasco, el vaso, vacíos, como yo, y como esta habitación en la que suena la voz profunda de Roger Waters que dice: No te sorprendas cuando una grieta en el hielo aparezca bajo tus pies, porque resbalas donde no debiste ir y pierdes la razón, con el miedo fluyendo detrás de ti, mientras te aferras al hielo quebradizo…

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