Pasos

                                             “Es una equivocación creer que el horror se asocia inextricablemente con la oscuridad, el silencio y la soledad”
 H. P. Lovecraft
Marta caminó a oscuras los pasos suficientes para llegar hasta la cama. Se sentó y encendió el velador de la mesa de luz. Luego, se acostó y del cajón sacó el libro de Lovecraft: El que acecha en el umbral. De pronto, comenzó a escuchar ese ruido, el de la noche anterior. Parecían pasos sobre las escaleras o sobre los pisos de madera; se mezclaban con el silbido del viento. 
No podía concentrarse en la lectura; continuaba oyendo pasos. Miró la hora, al día siguiente tenía que madrugar. Apagó el velador y se puso de costado; en esa posición recordó la última vez que había estado con Beto. Era una noche fría de otoño, estaban en la cama. Él la había aferrado hacia su cuerpo, luego le había agarrado los pechos y mordido el cuello. Ella no quería y cuando intentó levantarse, él la agarró a la fuerza, la puso boca abajo, le abrió las piernas y le corrió la bombacha. Marta hacía fuerza con las piernas, movía su cuerpo tratando de liberarse, le decía: “Por favor, otra vez no mientras él hacía presión para penetrarla. Luego comenzó a balancearse sobre ella.
Un sonido fuera del dormitorio interrumpió esos recuerdos. Sí, parecían o eran pasos, pero esta vez más cercanos al dormitorio. Se acostó boca arriba. De esa manera, podría poner las manos sobre su panza: hacía 18 semanas que había quedado embarazada de Beto. Cerró los ojos, al rato solo se oía la respiración profunda de ella. De manera gradual, los pasos que había creído oír se hicieron más intensos; provenían de las escaleras de madera. No solo se quedaban en las escaleras; sino que ese sonido lento tac-tac descendía y llegaba hasta el cuarto. 
En la penumbra del dormitorio, los pasos se detuvieron... Ese animal sin nombre había llegado al cuarto. Movió el hocico y caminó lentamente por toda la habitación. Olió cada rincón, se acercó hasta la cama y empezó a mirarla a Marta. Sin hacer demasiados movimientos subió a la cama, se agazapó y comenzó a deslizarse por el costado del cuerpo de ella. Mientras lo hacía movía el lomo lleno de púas y su cola larga. Llegó hasta la panza. Estiró una de sus patas y se la apretó. Marta movió las piernas. Ese animal siguió haciendo presión, pero cada vez con más intensidad. Ella volvió a moverse y balbuceó. Se quedó quieto y después de unos segundos, cuando se dio cuenta de que ella no se había despertado, puso sus dos patas traseras sobre las piernas de su víctima y sus dos patas delanteras sobre los brazos. Tenía las púas erizadas; algunas se rozaban entre sí y hacían un ruido parecido a un zumbido. Así como estaba volvió a agazaparse y comenzó a frotarse contra el cuerpo de ella.
Enseguida Marta se despertó, ese animal le estaba sujetando las piernas y los brazos; giró la cabeza de un lado a otro, el animal le respiraba al oído. Abrió los ojos y lo vio, una figura negra que la miraba en la penumbra. Pegó un grito de terror y se movió para desprenderlo, hacía fuerza con los hombros, con la cintura para intentar desprenderse de lo que fuera que la tenía agarrada. Cuanta más fuerza hacía era peor porque el animal le clavaba las uñas. Estaba toda transpirada. Le pesaba la cabeza y un dolor profundo le atravesaba el abdomen. Se dejó vencer y fue en ese momento cuando el animal dejó de clavarle las uñas, y en vez, le clavó una de sus púas. Marta puso su cuerpo rígido y volvió a hacer fuerza para escapar. Se estaba quedando cada vez con menos oxígeno, casi no podía respirar. De pronto, sus piernas y sus brazos quedaron liberados.
Estaba exhausta. No podía moverse, le dolía todo el cuerpo. Sentía que un líquido gelatinoso bajaba por sus piernas. Oyó pisadas rápidas en las escaleras. Una puntada en el abdomen la obligó a doblarse; nunca había sentido un dolor tan profundo en su vientre, eran como agujas calientes que la pinchaban. Se retorció en la cama, puso las manos en su panza, no sentía los movimientos del fetoLa puntada en el abdomen era cada vez más dolorosa, y se sucedía una tras otra. Quería llamar a su doctora, no, no podía ni hablar. Volvió a acariciar la panza, aunque ya no sentía a su bebé... Lloró como nunca lo había hecho en todos los últimos meses y se dijo a sí misma que Beto jamás se iba a enterar... 
Cerró los ojos y mientras se quedaba dormida comenzó a escuchar otra vez los pasos, pero ahora se sumaba un nuevo sonido, era como el llanto intermitente de un bebé, que no paraba de llorar...

Publicado en el libro "Más allá de las palabras"

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