Melody

Cuando era una niña soñaba con tener una paloma, para qué quería una paloma, me pregunto ahora. Me sentaba en el sendero de la casa de mi abuela y miraba a las que había por ahí. Eran tantas… Yo quería una sola. Elegí la que más me gustaba, era delgada, parecía la más chica de todas y siempre se quedaba cerca del pino cuando las demás se iban. Le gustaba volar hacia una rama del pino y posarse allí para que yo la contemplara. Decidí que sería mía y me propuse agarrarla. 

Cuando estaba distraída, me acercaba, y en cuanto me veía volaba hacia la rama. Una vez se metió dentro de una planta redonda y grande a la que yo no podía meterme porque tenía flores y si la arruinaba mi abuela se enojaba. Le había puesto Melody a la paloma, porque mi madre insistía con una película romántica que llevaba ese nombre. Mi melody seguía dentro de la planta, me aseguré de que mi abuela no estuviera cerca y me metí para agarrarla. Parecía que estaba atrapada entre las hojas largas y gruesas. Llegué a rozar mi mano con su ala porque en cuanto moví unas hojas voló y yo corrí siguiéndola. Fue a posarse a la rama del pino que tanto le gustaba. 

Otras veces volví a intentar agarrarla hasta que me di cuenta que iba a ser imposible. Entonces me quedaba mirándola desde abajo y diciendo ahí está mi paloma, Melody. Ella me miraba desde la rama. Pasado un tiempo Melody no volvió a la rama, pero mis esfuerzos por tener una paloma o un pájaro no se detuvieron. Probé con semillas, con migas de pan, hasta construí nidos. Nunca conseguí que un pájaro se acercara a mí hasta que fui más grande y ya no perseguía los deseos de la infancia. 

Pasó la infancia, la adolescencia y llegué a ser adulta. Estaba en Barceloneta mirando esas enormes gaviotas y también a las palomas. Comía pochoclo y era extraño como se acercaban, no eran tan tímidas como las de la casa de mi abuela, se animaban a más. Saqué algunos pochoclos de la bolsa y les convidé, uf, se acercaban un montón. También las gaviotas querían, pero me parecían bichos dominantes, no me gustaban. 

Había una paloma que era la más pequeña, la más delgada, la más frágil, recordé a Melody, se parecía tanto a ella, no llegaba a comer pochoclos porque una más grande se lo quitaba. La seguía con la vista. Se alejó, no había más pochoclos, y se quedó quieta, mirando el mar. Imaginé que no podría volar, que estaría esperando que se la llevaran las olas. De pronto, una gaviota que estaba volando en círculos se dirigió hacia donde estaba esta paloma y la agarró del cuello. No le dio tiempo a nada, la llevó unos escalones más abajo y comenzó a descuartizarla. ¿Por qué había sido así el final de la paloma? La gaviota se la comía impunemente, frente a los ojos de todos los que estábamos ahí, parecía que nos decía “miren, conseguí esta presa y se las refriego por sus ojos”. Gaviota maldita. 

Un hombre estaba comiendo un waffle mientras todo eso ocurría, cómo podía. Unos chicos pescaban, otras personas miraban el espectáculo sin un atisbo de asco. Yo pensaba en sacar de allí los restos de la paloma, pero se los llevaría el mar. Tampoco podía porque la gaviota seguía firme, hasta la última gota de sangre iba a beber y hasta la última víscera le iba a comer. Sentí náuseas. Le di la espalda a esa situación y desde ese momento que no me gustan las gaviotas. Si bien mi abuela me decía que las gaviotas eran locas e idiotas y no me decía el por qué, creo que ya lo sé. Además son aves que no miran de frente, tienen mirada esquiva y se creen superiores, lo cual me irrita aún más.

 

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