DICIEMBRE

Te detuviste a mirar ese atardecer rosado. O solo bajaste del auto por un rato, tal vez querías disfrutar de la quietud del campo de esa tarde de diciembre, con las montañas de fondo… Tal vez querías saber qué te estaba pasando, qué le ibas a decir cuando la vieras… Sabías que ella iba a estar esperando, habías prometido que estarías en el muelle cuando saliera la primera estrella…

Números que se suceden, unos tras otros, arremolinados en el viento cálido que trae el verano.

Números que no saben lo que podrá pasar, inocentes de los días que están por venir.

Números que sí saben lo que va a pasar, culpables de algunos recuerdos de ese calendario.

Números que al sumarlos dan otros números, cada cual con un significado, una forma, un color.

Números mezclados con letras que se si pudieran moldear algunos, también parecerían números… Números que nos marcaron, que nos dan cita, que nos llegan por sorpresa, que traen algún mensaje, que nos dicen todo o no nos dicen nada.

En línea recta, vertical, diagonal, sellan el peso y el paso del tiempo, de los días y de las semanas, construyen historias, las desarman. En el calendario se ven tan acomodados, tan prolijos… Si se pudiera poner el 31 en el 11, el 24 en el 5, el 10 en el 18, el 8 en el 12... ¿O mejor sería mezclarlos desde el 1 al 31 y que queden todos desordenados?

Ahora podés oler el aire del campo, respirarlo, escuchar el canto de los pájaros, mirar las montañas, buscarle forma a las nubes, disfrutar del atardecer de ese día de diciembre; observar el camino que hay por delante, volver a mirar los números, acomodarlos, desacomodarlos como se te dé la puta gana.

Ahora el tiempo ya no es tuyo, ni los días, ni las semanas, ya ni siquiera son tuyos los números; tampoco lo es ese campo que dejaste atrás. Ya no es tuya tu piel ni tu corazón ni tu alma… Solamente son tuyas las ganas que tenés de ir por ese camino, en el auto, a toda velocidad, con los pelos al viento, la música a todo volumen, cantando la canción que más te gusta. Solamente son tuyas las ganas de llegar al muelle para agarrar delicadamente sus manos, mirarla a los ojos y decirle una sola palabra: “Llegué”.


“Se puede vivir una larga vida sin aprender nada.

Se puede durar sobre la tierra sin agregar ni cambiar

una pincelada del paisaje”.


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